En Hiper Volé nos importa todo y nada a la vez. Nuestra misión es no tener una, sino ir tejiéndola conforme pase el tiempo.

Algún día estaré a gusto



Hoy mañana leía la columna Escuela Para Todos del medio digital de cultura 89decibeles.com. El autor del espacio lleva un par de meses escribiendo sobre temas comunes y corrientes de los que, probablemente, el público sepa poco. En su primera ocasión, trató al tiempo y su historia, explicando todas las razones por las que una hora tiene sesenta minutos, entre otros asuntos. En su segunda entrega, los colores del cielo y sus razones fueron parte de la explicación que, me animo a apostar, sorprendió a la gran mayoría de lectores obtenidos. Vemos entonces que la columna Escuela Para Todos fue creada para dar a conocer informaciones, que muchos se habían preguntado o incluso teorizado, de forma simple y simpática, brindándole conocimiento al público una y otra vez.

Yo nací en una casa de gente trabajadora y esforzada, que impulsó una familia con recursos un tanto limitados y muchas ganas de desarrollarse, de surgir y de mejorar, todo dentro del marco de la independencia (familiar, por supuesto). Mis padres siempre tuvieron la cualidad de luchadores, y su emprendimiento en la vida me llevó a recibir educación primaria y secundaria en instituciones privadas con un buen grado académico, especialmente por sus programas de inglés.

La primera vez que observé algo que debía informar a otras personas fue cuando sufrí una injusticia en la Escuela Saint Claire. Cursaba el segundo grado cuando una maestra decidió que la única manera de mantenerme callado y en el mismo lugar era amarrándome con masking tape al pupitre y tapándome la boca, en frente de toda la clase. Ahora que lo pienso, no fue tanto una injusticia como una humillación, que hasta la fecha recuerdo con un tanto de enojo dentro.

En todo caso, esa situación la realicé como algo absurdo, horrible e incluso triste. Ser motivo de burla de los compañeros y la profesora era algo que no concebía en un mundo justo; yo no lograba entender cómo una maestra violaba mis derechos y se salía con la suya. Poco le faltó para la aclamación universal de su obra. Esa espina me la guardé por muchos años, sin contarle a nadie. Como si en el momento en que salía de la escuela ya todo lo peor había pasado y nadie más debía enterarse. Sonaba el timbre de salida de clases, y yo simplemente olvidaba todo y me dirigía a mi casa a hacer cosas que realmente me interesaran.

Desde que tengo uso de memoria, los conflictos con la autoridad (maestros, policías, Presidente de la República, todos) han sido constantes y parte importante de mi proceso de crecimiento. Me tocó, desde muy pequeño, ver cómo el mundo se convertía cada vez más en escoria frente a mis ojos, y empecé a culpar a todo aquel que tuviera el poder de algo. Por supuesto, esto me trajo muchos problemas en tiempos de adolescencia y vellos púbicos, pero me sirvió para formarme una base de pensamiento y valores propios, y empezar a debatir en cuanto tema de interés popular sucediera. Sentía que, si investigaba lo suficiente sobre asuntos como la satanización de la marihuana, los delitos de la religión o el aborto, podía dar a conocer mi punto de vista que, estando bien fundamentado, encontraría calor y cariño en algunos de mis compañeros y profesores.

Nunca logré convencer a la humanidad de que dios no existe (ergo tampoco Santa Claus: ¡dejen de engañar a los niños y abusarse de su inocencia!) ni que la marihuana tenía más pros que contras en el cuerpo humano. Resultó ser que me topé con una sociedad ciega sordomuda, que no agradecía que temas tan polémicos como estos fueran desarrollados desde un punto de vista positivo. Este lugar era mi infierno en la Tierra, y necesitaba expresarme, lanzar un grito al viento. Tomé un cuaderno y empecé a escribir, algo que ya había hecho antes, pero no con tanta eficacia, sentimiento y honestidad. Dentro de todo lo estúpido e irreal que me parecía todo en ese momento, aquella hoja con prosa sobre algunas de mis frustraciones ciertamente me dio una razón para existir. La escritura pasó inmediatamente a formar parte de mi lista titulada “Me Suicido Si No Tengo…”, a la par de ítems como la música y todos mis discos compactos y casetes, entre otros.

De ahí en adelante, seguí escribiendo mucho. La mayoría era basura, y yo lo sabía, pero la práctica hace al maestro, y seguir escribiendo hasta tener el texto perfecto era una lucha que me prometí nunca desistir. Además, me empecé a involucrar cada vez más con las problemáticas mundiales, especialmente aquellas de índole social. Mis debates con otras personas eran cada vez más seguidos, pero mi pasión al abordar los temas siempre le causó problemas a la gente.

Cuando salí del colegio perdí la cabeza. Ese mismo mes entré a trabajar a un call center ubicado en el Mall San Pedro, infierno en el que pasé todas las semanas durante año y medio de mi vida. Al mismo tiempo, ingresé a Dirección de Empresas en la Universidad de Costa Rica, carrera que cursaba mientras hacía vueltas y movimientos para tratar de entrar a Ciencias de la Comunicación Colectiva, mi verdadero sueño de opio. Cuando resultó obvio que aquello no iba a suceder nunca, la depresión fue inminente: tocaba estudiar Comunicación en alguna otra universidad, y eso era lo único que me había prometido a mí mismo que no iba a hacer. Como parte del estúpido acto de honor, ingresé a la Universidad Véritas por un cuatrimestre a estudiar Diseño Publicitario, pero era todo excepto lo mío.

Entonces, tocó amarrarse bien los pantalones y enfrentar la situación como alguien racional y maduro, cualidades de las que gozo intermitentemente. Me dije a mi mismo: Es momento de estudiar Periodismo, sin importar dónde, pero hay que salir de eso, sino esa espina nunca se va a marchar. Dicho y hecho, cabizbajo caminé hacia la Universidad Latina de Costa Rica a matricular las primeras materias de la carrera, mientras trabajaba en otro abismo disfrazado de call center, Teletech. En mi primer cuatrimestre tuve la oportunidad de llevar una clase con el letrado Alberto Cañas Escalante, cuyo conocimiento e ímpetu siempre me habían parecido respetables, y uno de los pocos profesores que he logrado disfrutar a plenitud.

No creo en el sistema educativo. No siento que sea culpa solo de los profesores o de la universidad, creo que el sistema en general me ha fallado. Y puede leerse horrible lo que digo, pero como comunicador simplemente debo decirlo y vivir con ello. El día en que el periodismo se enseñe del todo bien en un aula bajo el mando de un programa de estudio que no le aporta nada a nadie, ese día me callaré. Puedo dar nombres y apellidos de los pocos profesores que realmente pudieron inspirarme y enseñarme tanto que lograron que empezara a apreciar la carrera y la universidad un poco más, pero mi verdadera escuela –como bien diría todo periodista que sepa qué es y cómo funciona el periodismo– no fue otra más que la calle y mis primeros trabajos en medios de comunicación.

Llevo varios años ligado al mundo de la música costarricense e internacional, y hace dos años empecé una carrera documentando buen puñado de hechos musicales y artísticos en un país en que la palabra cultura es un chiste. En el apartado de prensa, 89decibeles.com ha sido el medio en el que he logrado dar pasos de gigante: entrevistas, reseñas de conciertos, crítica musical, artículos, biografías, noticias, especiales e infinidad de contactos de artistas nacionales e internacionales. En el apartado radial, el programa de música costarricense e hispanoamericana El Chivo (en 104.7 FM Hit, actualmente) me ha enseñado lo fundamental hasta la fecha. Además de esos dos medios (en los que inicié como colaborador y ahora realizo funciones mucho mayores, tomando cada vez más importancia en gran variedad de aspectos), he colaborado para otros como Vuelta en U, periódico En Tarima, revistas Verzuz y Shocked!, y la revista digital DeleBimba, entre otros.

Durante este tiempo, la cantidad de dinero que he ganado es inversamente proporcional a la experiencia y aprendizaje obtenidos, además de la dicha que es trabajar de cerca con muchos de los artistas que más aprecio. Lo que hago en la actualidad es, en dos platos, lo que siempre quise hacer desde mi adolescencia. Como quien dice, cumplí mi sueño, y a muy temprana edad, por lo que mis objetivos se mantienen en constante evolución y cambio, siempre con la idea de hacer todo aquello que haga de la vida algo que valga la pena vivir. Al igual que con aquel primer incidente de injusticia y humillación que viví a temprana edad en la escuela, la necesidad de expresión, debate y crecimiento personal sigue intacta al día de hoy. El periodismo y la comunicación son partes importantes de mi vida, y mi manera de condensar mucho de lo que he vivido en el planeta Tierra. Dada esa relevancia que la carrera tiene, soy mucho más crítico hacia el periodismo que hacia cualquier otra cosa; quiero que sea mejor cada día, y quiero hacerlo mejor cada día.


Alessandro Solís Lerici

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