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En Hiper Volé nos importa todo y nada a la vez. Nuestra misión es no tener una, sino ir tejiéndola conforme pase el tiempo.

El Descarado #1


Andrés, 24 años. Aparte de ser la razón principal por la que no puedo dormir y, dicho sea de paso, la razón por la que esta columna existe, es estudiante de Economía en la Universidad de Costa Rica. A un año de terminar la carrera, decidió enseñarle al mundo lo descarado que puede ser y me dejó sin aliento. Apenas me contaron la historia sentí ganas de suicidarme; decidí que con gente tan impertinente alrededor no puedo vivir.

Actualmente lleva un semestre de esos de ensueño, apenas va a un par de veces a la Universidad y el resto del tiempo se la tira riquísimo en la casa, jugando Play Station 3. Lo normal es que la sociedad diga “Caramba, ya se va a graduar, debería conseguirse un trabajo”. Ya saben, para ir moviéndose en su campo e ir teniendo la experiencia que tan importante es hoy en día.

Todo bien. Llega un lunes a casa y Víctor, su hermano, lo recibe con la que, él pensaba, iba a ser la mejor noticia del mes. “Mirá, Andrés. Me llamó Mario y me dijo que la hermana, Andrea, te consiguió un trabajo en el banco. Dice que lo máximo que te pueden pagar por el momento es 850.000.00 colones pero que, con el tiempo, te van a ir subiendo el salario. Es para que empecés.”

Andrea trabaja en un banco cuyo nombre no voy a mencionar –es uno de esos gringos que están en medio mundo y cuya experiencia laboral es de ensueño–, tiene tremendo puesto y en la primer persona que pensó al contratar a un economista fue Andrés por dos razones: 1) el tipo es brillante y 2) su hermano es el mejor amigo de Víctor. Claro está, es mejor ayudarse entre todos.

Víctor se queda boquiabierto. Como cualquier persona con una pizca de normalidad, él esperaba que en la cara de su hermano se reflejara una contentera que ni él se pudiera creer. Obviamente esperaba, también, que llamara de inmediato a Andrea y le dijera “Hola, ¡muchas gracias! ¿Cuándo voy a la entrevista?”.

Pero no, como todo descarado piensa primero en el jolgorio, Andrés lo único que acató a decir fue “Hmm. Pues… dejame pensarlo, estoy muy tranquilo y relajado con el horario de la U, no quiero perder tiempo trabajando.”

Hay algo muy malo con la humanidad. ¿Cómo carajos le dan un trabajo (¡con ese salario!) a un animal de esos que no lo sabe aprovechar cuando otro poco de graduados, a diferencia de él, están luchando por entrar a las maquilas del nuevo milenio dada la poca oferta laboral en su gremio?

Pero esa pregunta ya ha sido respondida con dos razones. Además, si usted cree que ya lo ha leído todo, aguarde, falta la mejor parte.

Pasan un par de semanas que la familia del mencionado sinvergüenza dedicó a convencer –casi rogarle– al tipo que aceptase el trabajo por las razones obvias: nadie tiene esa oportunidad y la paga es magnífica para alguien que ni siquiera se ha graduado.

Lo tuvieron que arrastrar cual vagoneta que se queda sin gasolina en medio de la nada para llegar a la gasolinera. Así llegó y dijo “Sí, acepto.” En palabras del moradito: “¡Cuia’o pierde!”. En palabras mías: “Seguro es vara, ¡huevón! Qué dicha que se centró un poco.”

Más tarde esa misma noche, Andrés conversaba con su madre. La conversación acabó cuando él le preguntó “Ma, ¿si entro a trabajar al banco ustedes igual me van a dar mesada?.

Ochocientos. Cincuenta. Mil. Colones.

Alessandro Solís Lerici

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